La triste soledad

Una paciente de una residencia de ancianos tenía alzheimer. La mayor parte del día se lo pasaba llorando, recordando a su hijo. No había consuelo para ella... Incluso dejamos de hacerle caso pensando que era cosa de la enfermedad. Hasta que un día apareció el hijo y vi cómo esta mujer cambió el llanto por una sonrisa permanente.

Sí, la soledad pega como un puño cerrado, golpeando con fuerza. El alma llora y se desgarra de dolor. Ni siquiera una enfermedad tan dura y que tantos creen conocer, borra el recuerdo del ser amado.

Creo que, como hijos de Dios, tenemos mucho que ofrecer y nuestro Padre Amado puede ayudarnos a ser canales de respeto, amor y cuidado de personas que necesitan saber que tienen un Padre que no las deja, que puede llenar cualquier vacío. Su Amor está por encima de lo que el mundo da. Y nosotros podemos ser esos canales que Dios use para llevar un poquito de su amor, hacer más fácil sus vidas y guiarlas a encontrar sentido donde no lo hay.

Que Él abra puertas a esa esperanza y nos use y ayude a aliviar tanto dolor y soledad.

Pilar Fonseca