Antes era ciego
Acabo de pasar por una operación de cataratas, primero del ojo derecho y cuatro meses después el derecho; me ha cambiado la vida, no puedo decir que estaba ciego del todo, pero poco le faltaba.
Llevaba un año sin poder conducir. Cuando iba por la autopista hay unos carteles grandísimos que atraviesan casi toda la vía que dicen BARCELONA, pues hasta que no estaba bien cerca no los podía leer; y no hablemos de los que anunciaban una salida, que son mucho más pequeños, pues hasta que no estaba encima no los podía leer, así que cuando llegaba, si era la salida que tenía que coger, ya no me daba tiempo a reaccionar. Un día cuando llevaba a la nieta al colegio casi atropello a una chica si no me avisan… Estaba atravesando un paso cebra y no la vi. Mi mujer no me volvió a dejar coger el coche.
Esto me recuerda a Jesús cuando llega a Nazaret y en la sinagoga les lee lo que el profeta Isaías decía de él:
El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para […] pregonar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos (Lucas 4:18-20).
Y a lo largo de su ministerio fueron varios los ciegos a los que les dio la vista.
Me llama la atención especialmente el que sanó en la aldea de Betsaida, porque le sacó fuera y puso sus manos sobre los ojos y le preguntó si veía algo, a lo que el ciego respondió: “veo los hombres como árboles, pero veo que andan”. Algo así me pasaba a mí, veía las cosas y las personas como bultos que se movían pero no podía distinguir quiénes eran. Después, Jesús vuelve a poner sus manos sobre los ojos de este hombre y entonces este vio de lejos y claramente a todos (Marcos 8:22-26).
Sin embargo, la ceguera física no es la única que vino a sanar el Señor, sino muy especialmente la ceguera espiritual que todos padecemos, que no nos deja ver nuestra verdadera situación. Veamos varias situaciones en las que la Biblia habla de esto:
El apóstol Pedro nos dice que “el que no tiene las virtudes cristianas, tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados” (2ª Pedro 1:9).
En los mensajes de Apocalipsis a las iglesias, a la de Laodicea tiene que decirle: “porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Apocalipsis 3:17).
Cuando Jesús está dirigiéndose a los guías religiosos de Israel les dice: “¡Ay de vosotros, guías ciegos! ¡Insensatos y ciegos! ¡Necios y ciegos! ¡Guías ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!” (Mateo 23:16-17, 19, 24), porque daban mucha importancia a determinados ritos religiosos y no se preocupaban de lo verdaderamente importante: “dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe” (Mateo 23:23).
Tenemos que tener mucho cuidado porque Dios mira el corazón y no las apariencias exteriores: “mas Dios conoce los corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación” (Lucas 16:15). De hecho, el Señor cuando le preguntan cuál es el gran mandamiento de la ley contesta:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente. Y el segundo es semejante a este: amarás a tu prójimo como a ti mismo (Mateo 22:35-40).
Amemos, pues, al Señor y su Palabra y no seamos como aquellos religiosos que le preguntaron a Jesús: “¿Acaso nosotros somos también ciegos?” Y él tuvo que decirles: “Si fuerais ciegos no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece” (Juan 9:39-41).
Puede ser que pienses que eres buena persona y que nadie te tiene que decir lo que debes hacer… Pero Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12). Es decir, si nos damos cuenta de nuestra necesidad, vendremos a Jesús para ser sanados, si no, permaneceremos ciegos.
Así que ahora puedo decir: “Una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo” (Juan 9:25).
Agustín Vaquero