De Jerusalén a Jericó
Hoy quiero compartir con vosotros un pasaje del Evangelio que siempre me ha impactado mucho por lo claro que es con respecto a la situación en que me encontraba antes de conocer a Jesucristo como mi Salvador y lo que Él hizo por mí, perdonando mis pecados y dándome la vida eterna.
Se encuentra en Lucas 10:29-37 y es la parábola del buen samaritano. Dice así:
v29. Un intérprete de la ley le preguntó a Jesús: ¿Quién es mi prójimo? Respondiendo Jesús dijo:
v30. Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.
v.31. Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino y viéndole, pasó de largo.
v.32. Así mismo un levita, llegando cerca de aquel lugar y viéndole, pasó de largo.
v.33. Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él y viéndole, fue movido a misericordia;
v.34. y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él.
Este hombre que es robado y herido es un símbolo de todos nosotros. Dios nos dice que todos somos pecadores y estamos separados de Dios y necesitamos su salvación. Viéndolo desde esta perspectiva voy a poner título a las diferentes enseñanzas de la parábola.
1. El viaje del pecador (v. 30). De Jerusalén a Jericó.
La dirección de todo hombre siempre es la misma: alejarse de todo aquello que le acerque a Dios.
En Jerusalén estaba el templo y allí la presencia de Dios se manifestaba de forma especial. Este hombre descendía de Jerusalén a Jericó. Su dirección era la opuesta a Dios, de espaldas a lo espiritual, en un camino descendente que es por el que camina el pecador, de espaldas a Dios.
2. La condición del pecador (v. 30). Despojado, herido, medio muerto y solo, abandonado.
Esa es la triste realidad de todos aquellos que caminan de espaldas a Dios. Estas son las consecuencias del pecado.
Puede ser que por un tiempo todo nos vaya bien y pensemos que todo es un cuento, que nada de eso nos puede ocurrir a nosotros, pero cuando se vive sin tener en cuenta a Dios, tarde o temprano la frustración hace su aparición y empezamos a darnos cuenta de que lo que hacemos no tiene trascendencia; y si las cosas empiezan a irnos mal, pensamos que no es justo; y muchas veces las personas en quienes teníamos la confianza nos fallan y nos vemos solos, sin tener a quien acudir, heridos en lo más profundo de nuestro ser... Es una condición de muerte y condenación.
3. Los enemigos del pecador (v. 31-32). Los ladrones, el sacerdote, el levita.
Son muchas las cosas, las personas y las causas que inciden en nuestra vida para quitarnos la paz. Son muchos los ladrones dispuestos a despojarnos y herirnos y no sólo en el aspecto físico, sino también, de manera especial, en el moral y espiritual.
Muchas veces el sistema es violento, nos agreden y avasallan como si no fuésemos personas. No les importa nuestra dignidad, nuestra persona, ni nada, lo único importante es perjudicarnos y hacernos daño.
La religión también es un enemigo del pecador. Pone sobre él cargas que no puede llevar, con lo que acrecienta su sentido de culpabilidad e insatisfacción, haciéndole esclavo de una serie de ceremonias que nunca conseguirán salvarlo y ni siquiera consiguen darle tranquilidad. La religión es incapaz de solucionar el problema del hombre.
Las leyes y el ambiente social son muchas veces enemigos del pecador perdido, porque en lugar de darle una dirección u ayuda, le hacen vivir situaciones de verdadera injusticia, favoreciendo al malo y permitiendo el perjuicio del correcto.
De esta forma, el pecador queda a un lado, tumbado en la cuneta, ya que para esta sociedad no es más que un número impersonal, así que no importa demasiado la persona con tal que la sociedad de consumo siga su curso.
Nos quedamos viendo la triste situación en la que nos encontramos cuando estamos viviendo en este mundo de espaldas a Dios, pero tengo Buenas Noticias para vosotros. A nuestro lado pasa alguien que nos atiende y nos muestra su amor.
4. El amigo del pecador (v. 33). Cristo es el verdadero amigo.
Su situación era desesperada, pero un samaritano que iba por el camino vino cerca de él y viéndole, fue movido a misericordia y, acercándose, vendó sus heridas… Lo llevó, cuidó de él…
Para Cristo, sí tiene importancia la persona. Él es sensible a nuestras necesidades y, ante nuestra condición, tiene misericordia y se acerca a nosotros.
Él es el Dios hombre y no pasa de lado sino que se humaniza, se identifica con el ser humano y vive entre nosotros con el propósito de morir en la cruz para solucionar nuestro problema: el pecado. Ahí tenemos su encarnación, su preocupación por los pobres, cojos, ciegos y desventurados. No desprecia a nadie, todos son objeto de su atención y cuidado. Una pobre viuda que ha perdido a su único hijo, un ciego que pide limosna, una prostituta, un publicano y un sinfín de necesitados más no sólo escucharon palabras de consuelo, sino que vieron sus vidas transformadas y recibieron la sanidad, el perdón y la vida eterna.
5. La curación del pecador (v. 34)
El samaritano tuvo misericordia y cuidó del malherido caminante y sin duda fue mucho lo que hizo por él; pero el Señor Jesucristo hizo mucho más por nosotros. Él ocupó nuestro lugar en la cruz.
Herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados… - Isaías 53:5
El problema del pecado, del corazón dolido y abatido necesita algo más que una curación superficial, y solo Cristo está capacitado para solucionar el problema de raíz.
Jesucristo es el único:
Porque participa de la humanidad, pero no del pecado.
Porque el pecado solo puede pagarse con la muerte y Él murió por nosotros.
Porque Dios, en su justicia, no puede aceptar otra moneda que no sea la del justo por los injustos.
Así que la posibilidad de curación para el pecador está en:
Ser consciente de su condición de pecador condenado.
Arrepentirse, cambiar de rumbo, vivir teniendo en cuenta a Dios en su vida.
Aceptar por la fe la obra de Jesucristo a su favor, reconociendo que murió en la cruz en su lugar para pagar por sus pecados.
6. La protección del pecador (v. 35)
La obra de Cristo no termina en su muerte por nosotros salvándonos de la condenación eterna. El hombre sin Dios no es nada y necesita su ayuda en su caminar diario. Jesucristo resucitó y ahora nos ofrece una ayuda diaria y constante en ese nuevo rumbo de nuestra vida. No estamos solos, Él envió al Espíritu Santo para consolarnos, guiarnos y ayudarnos y Él mismo está a la diestra del Padre intercediendo por nosotros.
Son muchas las experiencias vividas del perdón y la ayuda de Dios en mi vida y solo puedo humillarme y mostrar mi más sincera gratitud al Señor y adorarle con todo mi corazón.
¡A Dios sea la Gloria!
Agustín Vaquero