Lo hice por ti
Estaba en una pequeña sala separado de otros enfermos solamente por unas cortinas. La escena era dantesca: una pobre señora yacía en aquella cama de la UCI, solo un familiar la acompañaba. La señora tenía una pierna escayolada colgando de una carrucha inmovilizada, pero lo más impresionante era ver toda su cabeza vendada, solo se le veían los ojos amoratados y la boca, llena de tubos y enchufada a diferentes aparatos.
Había salvado la vida de milagro, un accidente de tráfico, no llevaban puesto el cinturón de seguridad. Se dirigía a su casa una noche cuando al pasar una curva un coche que venía en dirección contraria, conducido por un joven que se había quedado dormido, se cruzó delante de ellos y chocó de frente contra su coche sin que les diera tiempo a reaccionar. En el coche iba el marido de esta señora, que era quien conducía y detrás la señora con su hijo de once años, que iba al lado de ella jugando. El chico me contaba: “No recuerdo nada del accidente, pero sí el miedo y la confusión que sentí cuando vi que tenía sangre por todas partes. Gritaba como un loco. De pronto me di cuenta de que la sangre no era mía, era de mi madre porque, en ese instante, cuando los faros del otro vehículo le cegaron la vista, instintivamente se abalanzó sobre mí y me cubrió con su cuerpo. Fue su cuerpo el que chocó contra el asiento delantero y su cabeza la que rompió el reposa cabezas. Ella recibió el impacto para evitar que fuera yo el herido.”
Yo sabía que su mayor consuelo era el hecho de que su hijo y su marido habían salido bien del trance, aunque con algún traumatismo sin gran importancia, así que no pude por menos que recordar la realidad del Evangelio: Jesucristo recibiendo el impacto de nuestro pecado, estando dispuesto a morir por amor a nosotros para que no experimentemos las consecuencias de nuestros hechos.
La mujer se expuso a la muerte para salvar a su hijo querido, pero Jesucristo murió para salvarnos a nosotros, que en la mayor parte de los casos no queremos saber nada de Él y además le ofendemos muchas veces con nuestros pecados.
Ya sé que pensamos que no somos tan malos; que somos buenas personas, pero ante su santidad y perfección ninguno damos la talla.
El apóstol Juan en su 1ª carta, nos dice:
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.
Querido amigo que estás leyendo estas líneas, el asunto es muy solemne, Dios te está llamando: ¡Buscad a Dios mientras pueda ser hallado, llamadle en tanto que está cercano!
Dios ha enviado a su Hijo para que muera por ti, si tú puedes tener perdón y salvación eterna es solo en virtud de su muerte, no hay otro camino, no hay otra solución.
Da gracias a Dios por la obra de Cristo a tu favor, pídele el perdón de tus pecados y entrégale el control de tu vida, no solamente serás salvo por la eternidad, sino que encontrarás la ayuda de Dios para vivir en esta vida satisfactoriamente.
Agustín Vaquero