6ª historia de tulipanes

 
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La Biblia dice que Dios siempre está deseando hablar a nuestros corazones. A veces estamos demasiado ocupados para escucharle, pero Él siempre está hablándonos. Dios nos habla por su Palabra, y nos habla a través de otras personas también, pero incluso llega a decir que si nosotros no hablamos y no llevamos a otros su mensaje, Él hará que hablen las piedras.

Yo he experimentado esta realidad durante el confinamiento. Día tras día, mis tulipanes no han dejado de hablarme. Os confieso que algunos días me he sentido un poco mal al seguir compartiendo en mis devocionales matutinos todo lo que mis flores me iban diciendo, pero es que no puedo remediarlo, y aun a riesgo de que se pueda llegar a creer que el estar encerrada dentro de mi casa me ha hecho perder la cabeza, voy a compartir con vosotros otra lección recibida de mis tulipanes.

Las dos fotos que encabezan esta historia solo fueron tomadas con dos días de diferencia. Un día mi tulipán rojo, aunque ya iba mostrando el paso del tiempo, se abría al exterior dando a conocer la belleza de colores y formas que habían ocultado sus pétalos durante muchos días (muchos más de los que yo esperaba). Al día siguiente seguía completamente igual, permitiéndome admirar sus estambres y pistilo emergiendo del centro de la flor. Solo un día después, y tras una sorprendente tormenta de granizo, todo lo que quedaba de mi tulipán era dos patéticos pétalos que parecían levantarse suplicantes hacia el cielo, y el interior de la flor aparecía ahora al descubierto y desprotegida después de los golpes recibidos.

Porque las tormentas de la vida, sobre todo las tormentas fuertes que no esperamos, dejan al descubierto quiénes somos en realidad. Nos muestran que la vida en esta tierra es frágil. “No somos nadie”, decían siempre mis padres. Y no somos nadie porque hoy somos y mañana no.

Por eso es tan importante que hoy sepamos quiénes somos. ¿Soy la esposa de un misionero americano, soy la madre de cuatro hijos, soy profesora de inglés, soy ama de casa…? ¿Quién soy yo en realidad?

Pues cuando la vida nos deja sin pétalos, es muy importante que tengamos claro quiénes somos para no perder el rumbo. El problema es que vivimos en una sociedad que enfatiza nuestra identidad en aquello que tenemos o que hacemos, y esas son cosas muy frágiles.

Esta mañana estaba meditando sobre las tentaciones de Jesús y me di cuenta de que el diablo le tentaba una y otra vez haciéndole dudar de su identidad: “Si eres hijo de Dios…”, le repitió al tiempo que le increpaba con la duda de la provisión de Dios y de su cuidado, para terminar ofreciéndole el poder de ver el mundo a sus pies sin tener que ir a la cruz. Jesús no pecó porque tenía clara su identidad. A pesar de ser abandonado en la cruz, Jesús no necesitó bajarse cuando le pedían que se salvara a sí mismo si era el Mesías, el Hijo de Dios.

En este tiempo de dificultad, necesitamos más que nunca tener clara nuestra identidad. Si no es así, el enemigo de nuestra alma nos llevará a dudar de la provisión que Dios ha prometido a sus hijos y del cuidado y protección que Él nos ofrece. 

Jesús no nos engañó, como dice siempre mi querida hermana Engracia; nos avisó que en este mundo tendríamos aflicción por el solo hecho de ser sus hijos. Puede que tengamos que tomar cada día nuestra cruz y morir a nosotros mismos, pero entonces veremos salir de nosotros lo que realmente somos; lo que queda después de perderlo todo; lo único que nada ni nadie nos puede arrebatar: el amor de nuestro Padre Celestial.

A pesar de perder sus pétalos rojos, la bella estampa que muestra mi tulipán destrozado por el granizo me toca el corazón. “No me queda nada,” parece decir, “pero lo poco que me queda lo entrego para alabanza de mi Creador”. 

Ese Creador es mi Padre. Y esta es mi verdadera identidad: Yo soy hija de Dios. 

No importa lo que esta crisis nos depare; si tenemos claro a quién pertenecemos, podremos enfrentar el futuro incierto que se nos presenta en estos momentos con esperanza.

Y tú, ¿quién eres?

Ada Cook

COMPANION