Domenec Ramos Llas

En aquella época, 1937 en adelante, a partir de la guerra civil, en el pueblo de Termens, en la provincia de Lérida, fuimos muy perseguidos. Unos tuvieron que huir y otros dejaron la fe en Cristo, quedaron solo unos pocos. En cuanto a mi familia, mis padres siempre me llevaron los domingos a la iglesia, pero cuando era jovencito, dejé de ir.

Más tarde, siendo ya mayor, me hice novio de la Sra. Antonia y nos casamos. Estando ya casados, la madre de mi esposa y su abuela se convirtieron a Cristo y la invitaron a ella para que las acompañara a la iglesia. Como estaba casado, le dije a mi esposa que fuera con ellas, y yo, aunque no de muy buena gana, la acompañé. Cuando llegamos, los otros matrimonios jóvenes enseguida nos saludaron cordialmente, y dirigiéndose a mí, me dijeron: “Domenec, qué gusto verte, ¿qué es de tu vida?” Mi esposa, que no sabía que yo había ido de pequeño, se quedó parada y después me preguntó en casa.

Le conté que había ido a la iglesia cuando era pequeño; que sabía canciones y versículos de la Biblia, pero que, aunque me gustaba, lo había dejado porque quería vivir mi vida. El caso es que como le dije que me gustaba y a ella también le había gustado lo que había visto y oído, además de lo que le hablaba su madre, pues la empujé para que siguiéramos asistiendo. Finalmente mi esposa se entregó al Señor y después fui yo.

Continuamos asistiendo y sirviendo en la iglesia y un día, como hablo de una manera desenvuelta, nos propusieron irnos a Tánger, no solo para apoyar a la iglesia local, sino también para participar en el programa de radio que se emitía para todos los países de habla hispana. Pero dije “¿quién soy yo para ir a Tánger? Yo no tengo las cualidades ni el conocimiento necesario”, y rehusé la invitación.

Sin embargo, esto sirvió para replantearme qué hacer en el futuro. En aquel momento estaba trabajando en obras públicas, arreglando y haciendo carreteras, un trabajo muy duro, así que decidí coger la enciclopedia del colegio de mi hijo y empezar a estudiar. Me presenté a los exámenes para capataz y aprobé.

Me destinaron a Tárrega (Lérida) y como Termens me caía lejos, nos trasladamos a Tárrega a vivir. Como allí no había iglesia, empezamos a asistir a la de Mollerusa (Lérida). Por ese tiempo, finales de los 70, un obrero del Señor que conocíamos, el D. Francisco Martín, vino de pastor a Igualada (Barcelona), y este, sabiendo que estábamos en Tárrega solos, fue a visitarnos y nos animó a que fuéramos a la iglesia a Igualada. Y así hicimos, nos integramos en la iglesia y estuvimos varios años. Nuestros hijos Francisco y María se bautizaron allí, se casaron, e incluso se bautizó una de nuestras nietas: Débora.

Durante varios años, a pesar de que nosotros veníamos a Igualada, hacíamos una reunión de estudio bíblico en nuestra casa. Por entonces se convirtió un joven, Josep Giribet Cañelles, en Suiza. Él era uno de los primeros que habían metido la droga en Tárrega. Este chico se vio empujado por el Señor a predicar a Jesucristo como Salvador a todos los jóvenes a los que había vendido la droga. “Si he metido la droga, ahora, con la ayuda de Dios, tengo que introducir el Evangelio”, decía. Este chico conocía a Francisco, mi hijo, y sabía que era creyente. Fue gracias a conocerlo que empezó a venir a las reuniones.

Tras la conversión de Giribet, comenzamos a hacer una reunión semanal en su casa con cerca de veinte jóvenes. Estuvimos así varios meses y viendo que aquello empezaba a fraguar, la iglesia de Igualada decidió abrir un local en Tárrega. Abrimos el local y al principio aquellos jóvenes eran reticentes a venir a una iglesia, así que seguimos haciendo las reuniones en casa de Giribet.

Recuerdo que primero iba con mi traje al culto y luego me ponía mis pantalones vaqueros y mi camisa e iba a la reunión con los jóvenes. Iban todos con sus melenas, sus pantalones cortos pintados con bolígrafo y flecos. Si se me hubiera ocurrido ir con mi traje y mi corbata no hubieran vuelto. También íbamos algunos domingos a evangelizar a Tárrega, a una plaza, en el centro, donde siempre había bastante gente, e invitábamos a jóvenes de otras iglesias para que vinieran a ayudarnos en el testimonio. El asunto es que la iglesia persiste hasta el día de hoy.


El Sr. Domingo y su esposa ya están con el Señor.

La iglesia de Tárrega la lleva su hijo Francisco con el apoyo de varios hermanos de Igualada, que se han integrado allí. Agustín Vaquero va todos los últimos domingos de mes y son varios los hermanos sudamericanos que se enriquecen con su integración.

Así, vemos lo que intentamos demostrar: Que Dios obra de mil maneras. No está atado de manos. Tiene sus propósitos y los lleva a cabo de una manera variada y milagrosa, salvando a aquellos que aceptan su perdón.

Querido amigo, no hay casualidades, Dios te está buscando, te ama y te quiere salvar. No lo rechaces.

Testimonio de Domenec, escrito por Agustín Vaquero.