Querida madre
Tengo un botijo de Talavera que un día me regalaron cuando estaban vaciando una casa. Me contaron que se lo había vendido mi abuelo, tu padre: un trapero que se hartó de varear aceitunas en la Puebla de Montalbán y a los 25 años decidió vender por los pueblos. Por eso, la abuela María, tu madre, tuvo el primer hijo en Leganés, la segunda, tú, en Almorox, el tercero en Olvera y el cuarto en Arenas de San Pedro. Y llegasteis a Béjar, a quedaros. Y estalló la guerra y a abuelo le requisaron el coche con el que podía trabajar. Y como a él le gustaba el sonido de los telares cuando pasaba por las calles de Béjar, se hizo drapaire y compró un telar.
Madre, tú no te acuerdas, ni de eso ni de nada. Sólo de vez en cuando me preguntas: ¿y mi madre? y yo te digo: en casa, en la calle Mansilla, ya sabes que allí está muy bien, tan fresquita en verano... y entonces, como por arte de magia, tú, que no sabes que tienes cuatro hijos, cuatro nietas y una bisnieta, te acuerdas del señor Costante, el zapatero, y de la señora Baltasara y de su hijo, Lino Rubio que se hizo Dominico y predicaba tan bien... y tú que no recuerdas cómo llevarte la galleta de chocolate a la boca, sigues detrás de mí la oración con la que se bendecía nuestra mesa antes de comer y cenar cada día. Y yo empiezo y tú me sigues, y entonces veo la luz de Dios en tu ausencia. Y cierro los ojos y clamo a Él para que tú no le olvides porque Él no se olvida de ti; ahora que estás aún más sola.
Padre nuestro...
Lola
COMPANION