La recibió en su casa

La semana de Pascua es un tiempo muy especial para los cristianos. Cada año en estas fechas recordamos con agradecimiento y reverencia el sacrificio de Dios hecho hombre para morir por nosotros en una cruz. Recordamos el precio pagado para satisfacer la justicia del Soberano del universo. Recordamos el perdón de pecados, recibido por la fe porque Jesús saldó nuestra deuda, con su muerte y resurrección.  Es un tiempo de esperanza y de gozo para el creyente. Y el domingo celebramos el mayor acontecimiento de la historia del cristianismo. Celebramos la resurrección de Jesús. La resurrección es la señal de que el sacrificio del Hijo ha sido aceptado por el Padre. Es la señal de que Jesús era quien dijo ser. Es la señal de que Jesús tiene poder también sobre la muerte. Sin la resurrección, el mismo Pablo declara que seríamos los más dignos de lástima de todos los hombres. Pero Cristo resucitó y le seguimos fervientemente dando gracias por tal maravilla y una demostración tan impresionante de su identidad.

Ahora bien, en toda esta historia de la muerte y la resurrección de Cristo, ¿hay algo más que pueda motivarnos como Companion? Pues creo que sí y una de esas cosas que Dios nos ha dejado y que podemos aplicar a nuestra visión se encuentra en Juan 19:25-27

Estaban junto a la cruz de Jesús su madre, y la hermana de su madre, María mujer de Cleofas, y María Magdalena. Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

La escena es sobrecogedora. Jesús colgado de la cruz, en plena agonía, enfrentando el peor momento de su existencia, no piensa en sí mismo, en su sufrimiento y en lo que todavía tenía por delante, sino que pone su mirada en su madre. Jesús sabía lo difícil que era la vida para una mujer viuda en esos tiempos. Su hijo colgaba de una cruz como un malhechor y con él se iban, no solo sus sueños de verle entronizado como Mesías, sino también la seguridad de verse arropada por alguien que proveyera para ella, que la cuidara y la protegiera en su vejez.

Jesús encarga el cuidado de su madre a Juan. Quiere asegurarse de que no queda desprotegida. De que alguien va a cuidarse de ella en los últimos años de su vida. 

Como Jesús, queremos también olvidarnos por un momento de nuestras ocupaciones, nuestros problemas personales, de nuestros dolores y aflicciones y poner los ojos en las personas para pensar en sus necesidades. Queremos ser como el discípulo amado. Queremos proveer hogares donde recibir a los mayores que están solos y necesitados. Y queremos hacerlo escuchando la voz del Maestro que nos llama a cuidar de otros como cuidaríamos de su madre. Porque, como él mismo dice: 

¿Quién es mi madre, y quiénes son mis hermanos?  todo aquel que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ese es mi hermano, y hermana, y madre.

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